lunes, 23 de enero de 2012

El día que conocí a Einstein

    Corrían los años 70. Hugo y yo recorríamos la ciudad en bicicleta con diferentes fines.  Ese día visitábamos casas antiguas buscando un local para el movimiento judío en el que militábamos. Quizás  habían prometido enviarnos plata, cosa que seguramente nunca se concretaría. No sé como verían los vendedores a dos adolescentes de unos 15 años interesados por propiedades millonarias. Lo cierto es que habíamos marcado la página de clasificados del diario e íbamos haciendo escalas en las direcciones donde habíamos concertado citas con las inmobiliarias.

        En esa ocasión le correspondió a Hugo ir a conocer la casa, yo quedaría de custodia de las bicicletas. Decidí sacar de mi bolso un manojo de papeles que me habían dado en la imprenta de la escuela para usarlo como borrador. Miré del otro lado de las hojas en blanco y encontré que se trataba de un apunte sobre la teoría especial de la relatividad escrito por un profesor de la escuela. El punto que trataban las hojas que tenía, era el principio de relatividad.  Leía el texto montado en mi bicicleta mientras esperaba a Hugo. 'Un observador no puede notar si se está moviendo o no solo por experimentos realizados en  su propio sistema’. Traté de imaginar de qué podía tratarse, abstraerme, a volar.  Me pensaba encerrado en una habitación o en un barco con las ventanas tapadas, haciendo experimentos con péndulos, con resortes o con lo que sea. Luego seguía leyendo y el texto se hacía más complejo pero fascinante. Hablaba de experimentos con un rayo de luz, de relatividad de las longitudes y del tiempo. Con la idea de entender que tengo actualmente, diría que casi no entendía nada de lo que leía. Pero justamente por eso, el texto me transmitía un halo de misterio que me fascinaba y me invitaba a  pensar, y a realizar suposiciones. Lo que no entendía quizás, me generaba ansiedad por avanzar, pero al mismo tiempo eso era lo que más me atraía del texto. Más enigmático aun se hacia el texto porque faltaban algunas hojas intermedias, lo que tenía no era otra cosa que un borrador con algunas páginas que sobraron del apunte.  En algún momento llegó Hugo, me comentó sobre el salón grande que tenia la casa lo que la hacía ideal para nuestro propósito, pero también del precio  que nunca llegaríamos a poder pagar. Seguimos pasando de casa en casa. Yo cada vez que podía retomaba mis lecturas sobre Relatividad.
      No creo que esta  fascinación inicial sea la causa directa que me indujo a estudiar física. Pero esa tarde conocí sentimientos que me invadieron muchas veces desde ese día.  Conocí la pasión por desentrañar lo incomprensible.  Conocí la imaginación como fuente de placer. Conocí que entender es un verbo relativo cuyo significado va cambiando a medida que vamos caminando por el conocimiento. Pero que nunca se devela por completo. Y que ese sentimiento de misterio es lo que aún me genera pasión por seguir aprendiendo. Esa tarde no aprendí la teoría de la relatividad, pero conocí a Einstein, al menos al mío, al que pude crear esa vez y recrear el resto de mi vida.

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